viernes, noviembre 8, 2024
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La palabra empeñada

Los que deseen hacer política deben mantener su trabajo y lealtad hacia los candidatos presidenciales, pero les sugiero que lo hagan por el país, por amor a su militancia y por lealtad a su dirigencia, pero que no hagan más de lo que les toque hacer.

Esta reflexión pretende evaluar lo más objetivamente posible los niveles de compromiso con el cumplimiento de promesas de campaña de los candidatos Presidenciales, así como la participación real de quienes los han ayudado a llegar al Palacio Nacional. Para eso tenemos que hurgar en el pasado, valorar el presente y que esto sirva de experiencia para quienes logren conquistar el poder en el futuro.

Hay dos tipos de compromisos con los destinados a terciarse en su pecho la banda tricolor: el que hace el candidato a su pueblo, para que lo elija, el entusiasmo que despierta en sus potenciales colaboradores y en la “oficialidad” de su ejército de fieles, quienes le acompañan hasta llegar a las escalinatas de la mansión de Gazcue.

Para quienes han abrazado con ahínco, con dedicación, con sacrificios y con lealtad las causas de los Presidentes, el balance resulta, en términos generales, muy desfavorable. Penosamente, una cosa es cuando son candidatos y otra, muy diferente, cuando se sientan en la “silla de alfileres”. El balance negativo es para quienes arman proyectos, para quienes le dan su vida a la causa de un partido. Caso casi todos lo gobernantes, con sus honrosas excepciones, incumplen sus promesas de campaña.

La mayoría de los Presidentes que hemos tenido han hecho todo lo contrario a lo que prometieron hacer. Con tal de ganar votos a su causa han sido irresponsables, lo han ofrecido todo pero han cumplido pocas cosas. Por eso no creo en esa táctica permanente del “criticismo” entre quienes aspiran a ser inquilinos de la casona de la Dr. Báez: suelen no cuidarse, no pensar en que no es necesario echarle lodo a todo lo que haga el gobierno anterior. Actúan como si no pensaran que al llegar, eso también los dañará, porque al no tener sentido de la prudencia y prometer de todo, después serán “prisioneros” de sus palabra, de lo que censuraron y de lo que ofertaron.

Claro está, hoy la magia del Internet y las redes sociales obligan a los candidatos a ser más cautos que nunca en sus promesas, porque una ciudadanía empoderada con seguridad se pasará todo su periodo gubernamental, incesantemente, recordándoles sus mentiras y, con ello, les hacen perder estima en el electorado.

Tengo que admitir que el Presidente Abinader en esa parte se cuida y está tratando de cumplir la mayoría de sus promesas, claro está que no podrá cumplir todas las promesas que en campaña le hizo a la ciudadanía, pero su esfuerzo en ese sentido es notorio y eso habla bien de su sentido del compromiso institucional ofertado.

Sin duda alguna ambas gestiones peledeístas, la de Leonel y la de Danilo, cumplieron una fundamental promesa de las que tanto hicieron y es que mantuvieron la estabilidad macroeconómica y cambiaria. Habría que ser muy insensato para no reconocerlo.

Las promesas de campaña a la población no se cumplen en su mayoría por 5 razones básicas. Primero, porque al hacerse respondieron, en su momento, a un interés meramente electorero de decir que todo lo que el otro hizo estaba mal; segundo, por falta de experiencia y de información adecuada, ya que en muchos casos analizan solamente los asuntos de Estado con una visión opositora. Como decía mi padre, “desde la oposición se hacen gobiernos perfectos”. Tercero, porque los presidentes terminan asumiendo la agenda o los dictados del gigante del Norte. Casi ningún presidente contradice la política de los americanos, que no siempre es favorable ni responde a los interés nacionales. En cuarto lugar, porque los presidentes suelen plegarse a los intereses de las clases dominantes, a la oligarquía, cuyos integrantes parecen una capacidad mágica para robarse a los presidentes. Y en quinto y último lugar, porque el poder mediatiza a los presidentes, que terminan desdiciéndose con tal de no chocar con este o cual sector, casi siempre por aspiraciones reeleccionistas.

En cuanto al pago por los servicios realizados, tengo para decirle a quienes más trabajan y se sacrifican, que ellos son los menos tomados en cuenta. Los “oportunistas” tienen una habilidad especial de lograr ser integrados de inmediato a los gobiernos. Casi siempre los últimos que llegan a las campañas son los que cobran primero, pudiendo decirse que se aplica la frase ”los últimos serán los primeros”. He visto dirigentes dedicarse por años a los proyectos políticos y cuando triunfan, no ser tomados en cuenta para nada o, si al final se recuerdan de ellos, les dan posiciones sin importancia como “premio de consolación”.

En este país no llegan ni los que más trabajan, ni los más leales, ni los que más aportan sino todo lo contrario, los que menos hacen siempre que sean los que más invierten, económicamente hablando; los que se hacen “amigos” de la cercanía presidencial o aquellos impulsados o recomendados por la oligarquía, los americanos y la iglesia (por lo menos anteriormente).

Tal ingratitud la viví hasta con mi propio padre, que hizo Presidentes y después de estos ganar, ¡hasta le prohibieron la entrada al Palacio Nacional!

He visto gente no hacer nada y ser “ministros”. Claro, después que al presidente de turno las cosas le salen mal, estos “ponen la renuncia”, “{se apean del barco”. Conocí casos de enganchados en los gobiernos del PRD que después de haber ocupado altas posiciones, posteriormente se negaron a tener membresía y responsabilidades en el partido del que tanto se beneficiaron.

Para no cumplir compromisos los presidentes argumentan una y mil razones, como vi el caso de un hermano del alma que, después de haber dirigido una campaña presidencial, le cuestionaron su capacidad para tener una posición relevante en el mismo gobierno que él ayudó a construir, todo con la aviesa e ingrata intención de dejarlo fuera. Por supuesto, con mucha dignidad, mi amigo prefirió no participar en ese gobierno.

He visto gente que nunca ha buscado un voto, gente que incluso ha servido a la causa contraria y después, situarse entre quienes deciden la suerte de los que sí trabajaron, de los que sí buscaron los votos, de los que fueron leales. “Qué paradoja de la vida, estar la propia suerte en mano de los contrarios.”

Durante casi medio siglo de vida he tenido la capacidad de observar que los méritos no crean compromisos. Vi a gente darle todo al PRD, su vida y sus bienes y salir de ese partido, del Poder, y quedarse en la miseria total, en el olvido. Conozco algunos que hasta se desquiciaron, victimas de tanta traición e ingratitud. Lo vi sobre todo en los heroicos militares constitucionalistas, que después de dar su carrera y hasta ofrendar sus vidas en el 1965, luchando por ese partido, pasaron penurias y sobrevivieron el exilio sólo para volver al país y ver que cuando llegó su Gobierno al poder, sus contrarios en el bando militar eran también los nuevos jefes de las diferentes ramas de las Fuerzas Armadas. Ironía de la vida, esa deuda la vino a pagar Leonel muchos años después, cuando les reconoció sus años de servicio, los ascendió y los puso en retiro con todas las prerrogativas legales, cuando menos a los que todavía seguían vivos.

Siempre he dicho y lo mantengo, que en la mayoría de los casos “los que arman la mesa no comen en ella”. Trabajan para otros, quienes después se burlan porque ellos “fueron más inteligentes”, cobraron el trabajo ajeno.

Para los presidentes los políticos de oficio son “dinosaurios”, de manera que prefieren jóvenes, gente con “mejores” vinculaciones sociales. Sectores que todos conocemos, que huelga describir, han estigmatizado a las dirigencias partidarias, dedicándose, por todos los medios a su alcance e incluyendo los de la comunicación masiva, para convencer a la población y a los gobernantes de que los dirigentes políticos tradicionales “son incapaces y ladrones.”

No hay mentira más grande que ésa, pues los más comprometidos socialmente y los que menos se han beneficiado de este carrusel de la mega corrupción son precisamente los que han hecho de la política su oficio, claro está, con sus particulares excepciones.

En todos, óiganlo claro, en todos los gobiernos los más beneficiados, los más poderosos e influyentes han sido “los oportunistas”; por eso es que las desgracia presidenciales son “huérfanas”, porque les entregan las mejores posiciones y dejan ricos a quienes son los primeros que, al salir del palacio, los abandonan y toman distancia, quedándose los presidentes desprotegidos, pues solamente al salir del poder es que vienen a saber los “pingües beneficios otorgados a los amigos de ocasión.” Sus compañeros leales terminan por darse cuenta de que sólo recibieron “migajas”, de manera que también los abandonan.

Los que deseen hacer política deben mantener su trabajo y lealtad hacia los candidatos presidenciales, pero les sugiero que lo hagan por el país, por amor a su militancia y por lealtad a su dirigencia, pero que no hagan más de lo que les toque hacer. No deben olvidar sus proyectos personales y no deben poner en juego la estabilidad con que cuenten para ellos y para su familia; tampoco se deben hacer compromisos con terceros a nombre de candidato alguno, no ofertar aquello que saben que no le van a cumplir, para que después no les pase como a la mayoría y tengan que llevarse las manos a la cabeza, llenos de compromisos y deudas. Inclusive, puede ser peor aún, porque muchas veces terminan sus nombres olvidados en cualquier gaveta del palacio. Debemos colaborar para los que si serán “dueños de los gobiernos”, para que ellos se vean en la obligación de hacer algo y no esperar, como hasta ahora “debajo de la mata para que les caigan en la mano los mangos maduros.”

Las palabras de los candidatos, en su mayoría con honrosas excepciones, no vale nada o valen muy poco, sólo quieren el poder y nos usan como marionetas. Entienden que los políticos de oficio estamos en desuso o somos artículos desechables pero, en parte la clase política es la culpable de que sea así, porque le hemos permitido y aplaudido la discrecionalidad presidencial, que designen a cuantos amigos, compadres, canchanchanes y conocidos quieran; lo hemos aceptado sin chistar, por recoger “migajas”, después de haber realizado el trabajo y dar la cara con compromisos frente a los demás. Aceptemos la realidad de que la dirigencia de los partidos, de todos los que hemos trabajado, fue para beneficiar a otros y peor aún, para sacar la peor parte, la del escarnio público, pues nos hacen responsables de todo lo malo que ocurre en los gobiernos.

Hace mucho que entendí eso, aunque sé que trabajaré lealmente por el candidato que decida mi partido. Mis principales esfuerzos serán institucionales y reconozco que en todos los litorales políticos hay cosas buenas, las resaltó sin mezquinos intereses electorales. Les invito a no hacerse enemigos por política, porque por las razones antes indicadas, no vale la pena. No se hagan grandes ilusiones para que no terminen depresivos ante los ya naturales incumplimientos.

A fin de cuentas ya los líderes desaparecieron. Ellos, con su carisma, conducta, coherencia, capacidad, sacrificios y entrega nos motivaron a mover “cielo y tierra” por ellos. Pero esos eran otros tiempos que, penosamente, no volverán.

Los candidatos de hoy, y tal vez los del mañana, nunca han pisado una prisión por sus ideas, no han tenido que ocultarse para no perder la vida frente a las huestes del poder, no han tenido que vivir de la solidaridad de amigos porque no tenían fortuna y no tendrán que echar raíces en otras tierras, en el exilio, como sí tuvieron que hacer los del ayer, que no fueron producto del marketing electoral sino que forjaron sus prístinas carreras –valoradas todavía en el corazón del pueblo– apurando mil sacrificios.

Recordar que en la política, como en la búsqueda del poder, no se agradece, se actúa por conveniencias más o menos pasajeras, por lo que debe tomarse en cuenta esta frase , para que la entiendan: en toda actividad humana, “aveces las personas se fijan en los errores que cometes y olvidan todo lo bueno que hiciste por ellos”.