jueves, abril 18, 2024
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La obligación del debido cuidado de las honras. Por: Valentín Medrano Peña. 

“De la Rosa Barrientos y Espinosa Lebrón, dos jueces, dos razones, dos historias y dos máculas inmerecidas. Compras y Contrataciones debería pedirles disculpas públicas por haberlos publicitado negativamente. Aquel que produce un daño está obligado a repararlo o al menos inténtalo”.
Los jueces Manuel de Jesús de la Rosa Barrientos y Marlon Vladimir Espinosa Lebrón han cumplido fielmente con el voto de pobreza que hoy día representa el noble ejercicio de impartir justicia. Trajeron a la profesión sus realidades, jamás les motivó alcanzar una vida de boato y dispendios en su ejercicio profesional. Abrazaron a fuer de religión la obligación de impartición de justicia, cuyo precepto superior es dar a cada quien lo que le corresponde.
En la visión de los buenos jueces está el incesante dolor por los detalles que puedan allanar el camino a las decisiones justas minimizando la posible ocurrencia de errores, para alcanzar el nirvana judicial, que consiste en la satisfacción de haber obrado conforme a la equidad, la legalidad aplicada y el más elevado criterio de lo justo.
En sus psiquis no cabe la injusticia, no prende el árbol de la iniquidad y el populismo asesino de moral. Por proceder con absoluta corrección, se saben al margen de cualquier consecuencia que no nazca de infortunio que rasa por igual a todos los seres vivos.
Pero no es así. Hay una nueva forma de dañar de forma irresponsable y despiadada. El denuncianismo, la procura de ocupar titulares llamativos y que tiendan a acrecentar un malentendido criterio general de justicia y régimen de consecuencias, que solo abona en el odio de unos seres con colores diversos contra otros de colores similares. Se siembra odio, pues este produce más adhesión y fanatismo que el amor (Juan Bosch en “Judas Iscariote el calumniado”, prologó) . Estamos en la época del anti.
Estos jueces fueron puestos en la picota pública, en una lista publicada innecesariamente, para retratar un pasado reciente abominable usando las mismas armas que antes se escogieron para batir y afectar. Nada nuevo, ni siquiera el daño, la colectivización o abultamiento y corifeos en medios y redes como procura de respuesta a manera de la exaltación y adoración de nuevos adalides morales nacidos de cadáveres
-víctimas Inocentes que representan estadísticas de un bien, pero siniestro, obrar.
Solo las leyes rasan y alcanzan a todos por igual, luego, toda solución en torno a estas particularizan y distinguen. Como debió distinguirse y apreciarse que el Magistrado de la Rosa Barrientos simplemente sirvió de prestanombre o representante de su madre, de avanzada edad e iletrada, en la firma de un contrato de alquiler de algo que beneficia a su comunidad, o distinguirse por igual, que Espinosa Lebrón proveyó servicios jurídicos de escaso valor pecuniario; no como los millones que ganaron los compañeros del denunciante ante un Estado presuntamente ladrón que los hacía cómplices; mucho antes de jurar como juez, un asunto que cae por el desuso e inacción en rescindido o caducado.
Esos jueces recibieron un sorbo amargo del sentimiento de victimización abusivo y absurdo que nace de la manipulación mediática cómplice y de las acciones inhumanas de autoridades arbitrarias y apoyadas, con ínfulas engordadas por su condición de reciente, y por el pacto general que llevó al gobierno (algunos públicamente y otros soslayados) a una buena parte de los denominados líderes de opiniones, que ahora bautizan cualquier acción proveniente del nuevo gobierno y que bueno que así sea.
¿Víctimas del Estado, muertos morales, afectados directos o daños colaterales?
No, nada que ver, si al final el verdugo es verdugo de sí mismo, su alma se daña en cada acto innoble y al final termina siendo perseguido por los fantasmas que en su paso demoledor crea. Pero hay tiempo aún para la expiación, para salvarse.
El Estado se ha maleado y transformado a través de los tiempos con límite en las leyes y el deseo decoroso de servir, de ser útil, de procurar, al menos en sus manifiestos de intensiones, el bien común. Pero el bien común es la suma de los bienes individuales que en forma alguna produce satisfacción plena si hay afectación en uno o algunos, he ahí la base de los derechos fundamentales, derechos afectado al menos en estos dos ejemplos y que debe demandar de los afectadores un gesto noble, comprensivo y aclarador, el que desde su aún buena imagen como cuerpo, contribuya a la buena imagen particular de estos hombres-jueces que se han ocupado por su parte de tener. Rectificar es de sabios. No es que se les devuelva la condición de proveedor, es que se provea la debida aclaración y se repare el daño al honor que crea la confusión y el meter a todos en un bote por igual.