Por Eddy Pereyra Ariza
El país había tenido una posición nacional e internacional con respeto a Haití, distinta a la que acaba de asumir el presidente Luis Abinader de manera concluyente, en defensa de nuestra identidad y nuestra sobrevivencia como nación soberana, en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Habíamos considerado la amenaza permanente de las crispaciones haitianas, proponiendo un diálogo político inclusivo de buena fe, entre todas las fuerzas nacionales haitianas y un llamado a la comunidad internacional para que contribuyan con lo que sea posible, con un acuerdo de gobernabilidad favorable a la modificación constitucional y a la celebración de elecciones en ese país.
Pero es el presidente Luis Abinader, quien despeja la creencia de las posibilidades de pacificación por sí solo de la sociedad haitiana, convulsionada por su precaria situación económica, insuficientes medios de subsistencia, división interna de su población con presencia de bandas violentas, bien armadas e irreconciliables y por encima de todo, sin la presencia de una gobernanza que le dé estabilidad.
El conductor colocó ante aquella tribuna, un mensaje contundente que expresa claramente una nueva actitud nacional: “no hay ni habla jamás una solución dominicana a la crisis de Haití”.
No es, únicamente, que no podemos asumir los problemas socioeconómicos de Haití con su migración desbordada, sino que es inaceptable que la República Dominicana, independientemente que sea solidaria con ese país, esté dispuesta a mezclarse hasta hundirse en su inamovible caos.
Para mirar una razón socio histórica del contenido del discurso del presidente, tendríamos que ver la opinión del doctor Jean Price Mars, uno de los más grandes intelectuales haitianos. Price Mars, quien se dedicó a estudiar las características sociales de su país, de lo que es para nosotros una amenaza alarmante, establece que solo el rito del Vudú, práctica religiosa que se sustenta como un culto a los muertos, es una cantera de enseñanza que distancia una tribu de otra en Haití, hasta hacer irremediable su unidad.
A partir de esas diferencias culturales y la enemistad ancestral de los negros y mulatos que dividen al pueblo haitiano, la lucha por la supervivencia de los nuevos tiempos y el caos institucional ha agudizado la rivalidad entre clanes haitianos, haciendo que esas peculiaridades étnicas de una y otra tribus procedentes de Senegal, Congo, Burundi, Sudán, Burkina Faso, Costa de Marfil, Sierra Leona y otros, no sean armonizables, “sin conexiones diásporas” como afirma M. Wasgou.
De modo, que desde el discurso de Abinader, observamos más profundamente la realidad haitiana, que nos obligan a pugnar con ellos por la superficie territorial, por lo que el país definitivamente debe de cambiar de actitud.
Además, el mandatario demanda de la comunidad internacional, para que se haga cargo de ese país, por el medio que fuere necesario, debido a la crisis humana y el descontrol social como consecuencia de la división actual que existe en el liderazgo haitiano.
Ese mensaje en la ONU del presidente Abinader, para que el orden público internacional intervenga con urgencia en Haití, debe ser promovido por nuestras embajadas con los mandatarios, los ministros de relaciones exteriores y las fuerzas vivas de los países donde tengan su sede. Que funcionen, además de la formidable labor que realizan, como portadores de la nueva postura de la República.